miércoles, abril 25, 2007

Capítulo XXVII

LA SOGA

Y puesto que hasta aquí nos habéis acompañado, paciente lector, tomad el cabo de esta cuerda para ver adónde nos conduce esta vez el hilo de Ariadna. Agarradla con firmeza y no la soltéis. Pero, por el amor de Dios, impaciente lectora, no me malinterpretes. No te distraigas ni me distraigas, que la cosa es grave y lindos estamos para juegos. Tú te habrás figurado metáfora pero yo hablo en sentido llano y cuando digo la soga, digo la soga. Pues bien, tenedla firme y no la soltéis. La tarea no es sencilla, os lo concedo, porque el que tenemos enlazado es un demonio artero, que ha engañado a Narváez y a Montresor y que engañaría al mismísimo diablo, sin contar las veces que ya nos ha engañado, a mí y a vos mismo. Aunque no a Néstor, decís. Hmm, quizás… Mas debió meterlo en una botella y cometió el error de soltarlo. Todos hemos caído en la trampa alguna vez. Vos no volváis a caer en ella. Pero por lo pronto ha caído en el lazo de la Duquesa Tal vez haya sido a la única que no haya podido engañar. Aún. ¿Confiarías en ella? No va a traicionarnos, por cierto; pero ¿te he de contar a ti lo enamoradiza que es la querendona Concha? Y sin embargo ya lo tiene enlazado. ¿No la habéis oído llamar? Pues entonces no os quedéis ahí parado con la cuerda en la mano y entrad. A qué tanto remilgo. Esa cariacontecida expresión de sorpresa mejor le iría a nuestro héroe que a vos, que estáis mejor informado que él, pues corréis con la ventaja de lo que habéis leído. No temáis. Lo que oís son los gritos de Ezequiel. Pasad, pasad. Con confianza. No soltéis la soga y mirad. La duquesa también la aferra. No la suelta la mestiza. ¿Tenéis fe en ella? Pues yo también. En ella sola, a decir verdad. Pero miradla: ella no puede acompañarnos. Miradle el vientre. Debe vivir para su hijo. Por eso sacrifica a Esteban. Y nos lo confía. A nosotros, ¿me oís? A vos, a mí, a la duquesa. Yo, por mi parte, debo limitarme a contar la historia. Y la duquesa… Pues ya lo sabéis. ¡No vayáis a soltar la cuerda! Ezequiel debe quedarse, ya lo oís. ¿No te era suficiente con hacer el correveidile, llevando y trayendo chismes de América a Europa…? Escuchad al otro. Bien que te valías del servicio… Atendamos el resto. ¿Y se puede saber para qué querías un caballo? Era mío. Néstor me lo había robado… ¿También tenías que dar este triste espectáculo? Hacer la estatua… No te permito, Ezequiel. No soltéis la cuerda, Señora. ¡Qué bajo has caído, Proteo! Ése no es mi nombre. Escucha, Ezequiel… Tú no te metas, Conchita. Recuerda que aun no me has pagado… Escúchame bien, Plagiè, mientras estés enlazado, nosotros ordenamos. No eres tú quien me enlaza. Aber leider te tengo yo, mon chéri. Pues sea todo como lo mande nuestra reverendísima Concha. ¡Sea! J’ordonne. Dile que se lleve al muchacho al Viejo Mundo. Esteban ya sabe lo que tiene que hacer. Pero lo que cuenta sobre todo es que nos lo traiga de vuelta. Entonces puede ser que lo liberemos del lazo. Tú, mientras tanto, no lo sueltes, Conchita. Procurad que vuelva antes de que nazca nuestro hijo, Señora. ¿Has oído bien, mon amour? ¿Y vos? ¿Oísteis bien? Me felicito de las recomendaciones, obediente lector, pues no habéis soltado la cuerda. Pero con que la tengáis en una mano es suficiente. Mas vale maña que fuerza. De todos modos, vos tenedla firme. Por las dudas. De ahora en más la responsabilidad es vuestra, pues el autor ya ha tenido bastante con enmarañar y desenmarañar la madeja. Tan sólo dadle tiempo a Esteban para que se despida y preparaos a acometer el viaje al Viejo Mundo. Nuestro héroe ya está listo. ¿Lo estáis vos? ¿Sentís el tirón de la rienda? Pues dejaos llevar, entonces. Mas no vayas a soltar por nada la cuerda y sólo si te asaltare el vértigo, trémula lectora, dejarás que tu mano libre se ponga metafórica, con confianza en el autor que te acompaña y te lleva de la suya.

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